Suena raro, ¿no? Cada vez demonizamos más a nuestra mente. Por pesada, por agotadora, por ceniza. Y nos montamos la película de pararla. Así. Como si tuviese un interruptor on/off. Nuestra mente trabaja para nosotros. Nos hace una tremenda función. Nos ayuda en nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos. Pero la tenemos sobresaturada. Está en una jornada laboral sin fin, como una pobre esclava en galeras. Hemos llegado a cansarla tanto, a exigirle tanto dada la cantidad de inputs informativos a la que la sometemos, que vive acelerada, aturullada. Y ese estado en el que se encuentra, contagia nuestro estado general. Por ello sufrimos de estrés, ansiedad, agotamiento, dolores corporales, insomnio y depresión. Nuestra mente se ha convertido en una especie de máquina cortocircuitada que no puede funcionar bien. ¿Qué hacer? ¿Pararla? Eso no es imposible, pero no es tarea fácil. Tenemos otras cinco poderosísimas y sencillas herramientas que le darán descanso a nuestra generadora de pensamientos: 1. LA VISTA; 2. EL OÍDO; 3. EL GUSTO; 4. EL TACTO; 5. EL OLFATO. Así de sencillo. Nuestros sentidos son nuestros anclajes con el presente, con la realidad. Actívalos. O de uno en uno, o de dos en dos o todos a la vez, tú eliges, pero ACTÍVALOS. Para un momento y haz el siguiente ejercicio: Observa con detenimiento. Escucha atentamente. Saborea algo muy muy muy despacio. Toca una superficie con total interés. Percibe un aroma con los ojos cerrados. Este ejercicio es un buen masaje para descontracturar tu mente. Son sus vacaciones. ¿No le vas a dar tregua al menos cinco minutos al día?
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